Los Siete Lagos
Repuntaba la luna en los charcos “Los siete lagos”. Charcos casi idénticos llamados así por el campesino que los vio nacer con las primeras lluvias primaverales y que ahora perduran con el riego de la cosecha.
Junto a ellos, un nogal de salientes raíces danzaba con la cálida brisa al igual que los girasoles esparcían sus semillas con el constante movimiento.
Silbando entre las piedras, un arroyo de cristalina agua, abastecía la acequia destinada al riego de la finca de Don Jacinto. Al morir la tarde, dejando su marca sanguinolenta en el cielo, el campesino tomaba asiento en un disco de arado a contemplar la tumba de de su amada viejecita que descansaba a los pies del árbol. Allí bautizó a cada charco con un nombre individual, pero el viejo y pequeñajo hombrecillo no soltaba prenda cuando se lo preguntaban los del pueblo. Aunque todos sospechaban que llevan el nombre de sus siete hijos que no terminaron de nacer. Las malas lenguas decían que aquellas aguas negruzcas que surgieron de la tierra, estaban malditas al igual que los intentos del campesino por buscar su heredero.
Cuentan que un año no llovió. El arroyo se secó matando uno a uno los siete charcos que se redujeron hasta convertirse en una pasta pringosa. El nogal, agonizante, se marchitaba con cada día que pasaba.
-A dónde va Aurelio, si ya no queda nada- le decían al pasar.
-A ver a mi viejita y mis charquitos- respondía serenamente el campesino que con pasos lentos se encaminaba por el polvoriento sendero. Atravesaba la chacra de Don Jacinto, el propietario de casi todas las hectáreas cultivables del pueblo; seguía el afluente del arroyo, ahora seco, hasta la acequia y giraba a la izquierda. Allí, tumbado en el suelo, el nogal que de joven vio a Aurelio y a su esposa amarse bajo sus ramas. Aquel árbol que le dio tantas sombras y que veló mil noches las penas del campesino, yacía a una orilla del camino. Sus raíces secas habían sido arrancadas de cuajo por una topadora. En lugar de los siete charcos, una perforadora de más de veinte metros estaba siendo instalada.
-Aurelio, ¿qué hace usted aquí?- musitó Don Jacinto que le vio venir.
-Mi viejecita…qué habéis hecho con ella...mal nacidos...-refunfuñaba el campesino entre llantos cortados.
-Tranquilícese hombre, tendrá un buen sepulcro. La trasladaremos al cementerio. Qué más quiere, estará en el mausoleo de mi familia.
El ya anciano campesino corría hacia la caja que guardaba a su amada, seguido por las miradas atónitas de Don Jacinto y los trabajadores que detuvieron repentinamente las maquinarias.
-¡Aurelio!, venga por favor, debo decirle algo importante-pero el campesino no era capaz de separarse de la caja de pino a la que se aferraba con ambas manos.-Le daré el dinero que me pida. No se lo voy a volver a repetir viejo testarudo, sepa que esto es de mi propiedad y que puedo echarle de aquí al igual que a un perro. Ya lo he aguantado todos estos años y hasta le permití que enterrara a su mujer junto al nogal, pero ya va siendo hora…
Tuvieron que arrastrar al viejo Aurelio entre dos hombres y golpearlo para que se calmara.
-Entiéndame Aurelio, fuimos muy amigos, ya lo sabe bien usted, pero los negocios son los negocios.
Lo subieron al camión junto con el féretro de su amada y partieron camino del poblado dejando la fina tierra suspendida en el aire. Aurelio pudo girarse una última vez para ver emanar de las entrañas de sus siete charcos un codicioso líquido espeso que Don Jacinto vendería por mucho dinero en la ciudad.
Q lindo relato...es muy entrañable...
ResponderEliminarEn él, intento inculcar valores perdidos, como el amor, la amistad y sobre todo el cuidado de la naturaleza.
ResponderEliminarMuchas gracias Flor, un abrazo
Uauhh... que bueno!!
ResponderEliminarMuchas gracias Ikusidugu, me alegro que te gustara...
ResponderEliminarHola Paul, me encanta como escenificas el valor del amor hasta límites insospechados: más allá de la muerte, me has recordado a mi relato "Cena para dos" que ahora he resumido para participar en un concurso de blogs.
ResponderEliminarEl tema expresado así, sería el amor iliimitado, pero en contraposición destaca la avaricia, maldad y egoísmo de uno de los personajes que está dispuesto incluso a profanar tumbas para conseguir sus fines: económicos.
Me encanta!
Un abrazo
Rosa
Te dejo el enlace del relato del concurso para que lo veas si te apetece:
http://literaturaavueltas.blogspot.com.es/2013/09/relato-adaptado.html
Me ha gustado mucho tu relato y la forma en que escribes. Salusoa
ResponderEliminarMuchas gracias Rosa, ya he mirado tu relato y he comentado en tu blog.
ResponderEliminarun abrazo
Muchas gracias Teresa por tus palabras,
ResponderEliminarun abrazo