domingo, 25 de agosto de 2013

Savia

Cuando desperté, la fresca ventisca acariciaba mi rostro. Mis cabellos danzaban en ella como si pretendieran dibujar algo perdurable, una frase suspendida que revela mi estado en desdén. La gran rama que me sujetaba se movía en un vaivén nauseabundo, crujía, acallaba y volvía a crujir. Mis manos, agarrotadas, palpaban su savia, lágrimas de un árbol castigado por los años que deseaba morir. Un ave voló hasta donde estábamos, nos miró de soslayo. Árbol y hombre juntos, viviendo al límite, suspendidos. El dulce sabor de la sangre llegó a mis labios. La cuerda no aguanto más, tampoco el árbol.