viernes, 25 de enero de 2013

RELATO - La Lista Negra


La muerte avanzaba, no sonreía. Le clavaba la mirada a un chiquillo que inocentemente jugaba con su perro lanzándole una pelota de trapo al borde del andén. La muerte aguardaba, deshojando el tiempo segundo a segundo, viendo aquella imagen que por momentos le enternecía.
Una tarde cálida de abril, casi veraniega. Los cerezos daban sus primeras flores, brotaban sus frutos y los azares contaminaban el aire con su pureza. Ya iba a dar la hora. La muerte contempló su guadaña con recelo, pasando la yema de su huesudo índice por el filo. La pelota rodaba impregnada con la saliva del animal, rebotando en los durmientes de la vía, cayendo en el arroyo. La acequia como una arteria, irrigaba la cosecha con su turbia agua de lluvia. El perro se zambullía en su búsqueda.
Cuando recuperaba la pelota, el niño besaba, acariciaba al perro y volvía a lanzarla.
A lo lejos pitaba la locomotora mientras hacía templar la estructura metálica del puente que la elevaba sobre el río. El niño no se percataba del peligro por haber nacido con sordera; seguía jugando. La muerte se frotaba las manos, su trabajo estaba a punto de culminar, aunque aquel dulce niño le recordaba cosas de su pasado, de cuando había sido mortal, un niño. A pesar de su crueldad y su sangre fría, aquel hombre de rostro pálido y demacrado tenía corazón. Pero estaba para algo, cumplir su deber. Una lista que debía seguir rigurosamente. En un momento, el niño se giró y pareció que le sonreía.
-Algo inusual- pensó la muerte.
La locomotora torció hacia donde el niño acariciaba su mascota que se movía inquieta presintiendo el peligro. El maquinista no vio aquellos dos pequeños bultos sentados en medio de la vía. La muerte veía su tarea cumplir en cámara lenta. El niño ubicó a la muerta una vez más y cerró los ojos. Aquella mirada le desgarró el corazón. Alzando su guadaña, el justiciero dio un golpe al suelo y el tiempo se detuvo. Un golpe más y la locomotora con todo su tonelaje comenzó a retroceder. Lentamente volvieron a la escena de la acequia en la que el perro se zambullía a buscar la pelota. Esta vez el animalillo no salía. Su dueño corrió a mirar lo que le ocurría cuando la locomotora pasó a toda velocidad tumbándolo con la fuerza de la gravedad. Rodó hasta la acequia encontrándose al animal a un lado flotar. La muerte sacó su listado y tachó un nombre, el del pequeño animal.

martes, 15 de enero de 2013

Publicación Antología - Álgida Piel


Después de participar en un concurso literario organizado por la página www.diversidadliteraria.es, he salido seleccionado para formar parte de está antología la que han llamado "Porciones  Creativas"

domingo, 13 de enero de 2013

MICRORRELARO - El Once

Cierto nerviosismo me invadía mientras esperaba la fecha indicada. El día en el que apostamos cosas con nuestros amigos, jugamos a la lotería, suponemos que lo que pase ese día no pasará jamás. Un día de suerte o tal vez el fin del mundo. Pero todo llega y mucho más rápido de lo que nosotros pensamos. A las 11 de la mañana, más exactamente pasaba 11 minutos de las 11 del día 11 del mes 11, del año 2011, me levanté de mi puesto de trabajo y saqué un café de la maquina. Pensaba que al haber tantos 11´s, la suerte estaría de mi lado, pero no ocurrió nada, nada en absoluto.

miércoles, 9 de enero de 2013

RELATO - El Niño y la Tortuga

Después de la gélida temporada invernal, la capa de hielo que cubría la hojarasca putrefacta se deshizo así como así, de repente. Pájaros confusos trinaban sobre unas ramas acariciadas por la tibia solana que repuntaba por el horizonte. En la cocina pitaba la tetera. Apagué la llama y preparé la cafetera, dejando reposar los granos molidos. Los cristales se habían empañado por el vapor. Dejé todo dispuesto para el desayuno y me encaminé al granero con dos cubos para alimentar a mis cerdos. El viejo gallo se despertó con mi intromisión, dio saltitos en el lugar y después de sacar pecho, comenzó a cantar con su voz rota, melancólica, como una balada italiana. Mientras los cochinos se zambullían en la comida y el estiércol del suelo lodoso, volví a la cocina echando humo con mi aliento. Bebí mi taza de café a sorbos mirando por la ventana al potro que se alzaba torpemente a galopar por el corral. Inmediatamente recordé que había prometido a Maxi montar a caballo. Al llegar a su habitación, desplegué las persianas dejando entrar la luz.
-Vamos dormilón que ya es tarde.
-¿Tarde para qué?- reprochó enfadado. Su memoria ya empezaba a fallar con su avanzado alzhéimer. -¿Otra vez al hospital?- continuó entornando sus pequeños ojos, respirando ofuscado.
-Tienes visita la semana que viene Maxi; aparte, hoy es domingo- rezongando se levantó de la cama afirmándose con sus endebles piernas y se rascó la calva.
-¿Cuándo es mi cumple?
-Mañana Maxi.
-Cierto y… ¿María?
-Fue a trabajar- el que no la recordara, me produjo un nudo en la garganta.
Le ayudé a vestirse. Mientras él desayunaba sus tostadas, el zumo exprimido y un tazón de leche con chocolate, yo salí a ensillar los caballos; para Maxi el poni que tanto le gusta. Maxi estaba muy delicado, padecía arteriosclerosis y recientemente había sufrido un ataque al miocardio. Los médicos nos dijeron que con otro ataque de este tipo no saldría para contarlo.
Maxi me sorprendió perdido en mis pensamientos. Se me acercó con los ojos bañados de llanto y me dijo suavemente.
-Papi, no me encuentro bien, que tal si lo dejamos para otro día.
Me acerqué y le toqué la frente. Estaba tibio. Lo alcé en brazos y nos sentamos en el sillón del comedor.
-Papi, cuando muera, veré a María en el cielo ¿verdad?
-Si cariño, mamá te esperará en el cielo pero para eso falta mucho…-sentía como la garganta se me cerraba. Se me escapó una lágrima pero pude contener el llanto.
-¿Recuerdas la tortuga que tenía de pequeño?- me dijo sonriente, acentuándosele las arrugas de la cara.
-Cómo olvidarla- respondí vivazmente. Hacía tiempo que no le veía tan lúcido.
-Papi, tengo sueño…
-Descansa Maxi, papá te arropará.
-Ya sé lo que quiero para mi cumple- comentó balbuceando, los ojos se le entornaban. –una tortuga- continuó señalando el jardín con sus dedos deformes por el reuma.
-Ah ¿sí?, ¿Y eso?
-A lo mejor no es que me esté muriendo papi o convirtiéndome en un niño viejo, sino en una tortuga. Estaré arrugado, caminaré lentamente pero viviré muchos años.
-Seguramente cariño, ahora duerme…
Aquella tarde de marzo me dejó. Sus recuerdos vuelan por cada rincón de la casa junto a los de su madre. Cada día visito al poni y hasta me compré una tortuga, en ella veo reflejado al niño que tanto amé.