martes, 24 de enero de 2012

RELATO - Princesa de la Lluvia

Arantxa Salas, por aquel comentario que me inspiró en este relato; va por ti.

PRINCESA DE LA LLUVIA

El agua hervía en la tetera emitiendo un silbido de aviso y echando vapor tal cual fuera una locomotora, entre tanto, la anciana buscaba con aplomo sus gafas en la sala. Se podía escuchar de fondo una música antigua, de su época, a bajo volumen para no despertar a los demás de casa. Finalmente las encontró entre los juguetes de su nieta y se dirigió a la cocina a prepararse un té; el café le sentaba mal, abandonándolo a la fuerza muchos años atrás. Colocó la infusión en un tazón y vertió el agua caliente. Escuchaba unos pasitos infantiles en el parquet ligeros que a momentos se detenían para luego emprender la marcha al cabo de unos segundos, como si buscara algo. Dejó el tazón tapado con el plato para que se concentraran los sabores y fue a ver.
-¡Arantxa!, buenos días cariño. ¿Qué haces levantada?- la niña la miró refregándose los ojillos y bostezando sin parar contestó con la voz hacia adentro.
-Buenos días tocaya- la abuela rió con la expresión de la niña. El día anterior, le había estado explicando el significado de la palabra “tocaya” y le hizo gracia el hecho de que la pequeñaja lo recordara tan bien.
-Abu, me prometiste que me ibas a contar un cuento…
-Y te lo he contado- interrumpió la abuela- solo que te quedaste dormida antes de que empezara.
-¿Me lo cuentas otra vez?
-Esta noche te lo contaré, ¿de acuerdo…?
-No, Abu… ¿por qué no me lo cuentas ahora en el sofá?- la mujer no se pudo negar con la cara compradora que puso la niña.
-Está bien, ve al sofá que yo iré por tu leche y mi taza de té…
La niña se acomodó en el sofá esperando a que la abuela volviera a contarle el cuento. Aquella encantadora mujer de cabellos blancos le ponía tanto matiz, tanta energía, e inclusive cambiaba la voz con cada personaje que tocase; hacía que la pequeña Arantxa permaneciera boquiabierta con sus relatos.
-¿Estás lista? Preguntó la abuela.
-¡Siiiiii!- respondió efusivamente la pequeña.
-Muy bien-continuó la abuela- esta vez será una historia de una…
-¿Es real?- interrumpió la niña.
-Digamos que en parte sí, ¿de acuerdo?- la niña asintió con la cabeza atendiendo de inmediato las dulces palabras de su abuelita.- Como te decía…
-Así no comienzan los cuentos abu.
-Lo siento cariño, ¿y cómo comienzan?
-Erase una vez…
-De acuerdo. Erase una vez…
-¿Y cómo se llama el cuento?
-Se llama “La princesa de la lluvia”, pero ahora presta atención porque cuando comience con el cuento, no me detendré y no podrás escuchar lo que te estoy diciendo. Muy bien, bebe tu leche mientras te lo cuento, ¿de acuerdo?-La niña volvió a asentir con su cabecita de arriba a abajo y se concentró una vez más.
-Erase una vez, una jovencita que vivía en la gran ciudad. Trabajaba mucho en una oficina y por las noches disfrutaba de la compañía de su gato.
-¿Y sus padres?
-Sus padres vivían en otra casa. Era una joven que se había mudado a un piso ella sola.
-Y su gato.
-Sí cariño, y su gato. En vacaciones le gustaba viajar y conocer otras ciudades, otros lugares. No le gustaba mucho la lluvia…
-Sí, es fea porque moja.
-No es tan fea, la joven del cuento…
-¿Cómo se llama abu?
-Pues…no lo había pensado. ¿Cómo quieres que se llame?
-Como yo…como nosotras dos, ¿vale?
-Me parece bien, entonces seguimos. Ya verás que al final a la joven Arantxa termina gustándole la lluvia. Escucha y verás. Al igual que las chicas de su edad, a Arantxa le gustaba ir a la playa y coger un color moreno para estar guapa. Pero sus vacaciones siempre se veían interrumpidas por la lluvia. Cada año ocurría lo mismo, a tal punto que los que le conocían pasaron a apodarle la princesa de la lluvia.
Un día, un señor que trabajaba en una ONG…
-¿Qué es eso abuelita?
-Pues, es un grupo de señores que ayudan a personas carenciadas, que no tienen nada, personas que no tienen dinero, ni comida o que necesitan alguna ayuda, ¿sabes?, bueno, entonces este señor buscó incansablemente a la princesa de la lluvia hasta que dio con ella. Entonces le pidió que trabajara con él en África haciendo que volvieran las lluvias. Y así lo hizo, nada más pusieron pie en tierra africana, comenzaron las lluvias.
Los problemas llegaron cuando las lluvias no paraban. Por más que la princesa de la lluvia se fue de África pensando que de esta manera acabarían, no fue así. Los ríos estaban desbordados, los techos de las aldeas que una vez desconocieron la lluvia, se encontraban flotando en un gigantesco pantano. La pobre princesa decidió volver e intentar remediar lo que había hecho ¬-La niña permanecía inmóvil, no mediaba palabra escuchando el desenlace que relataba su abuela con tanto ímpetu- Se sentó bajo la lluvia, cerró los ojos y levantando los brazos hacia el cielo, pidió que se acabaran las lluvias. Se lo creyó tanto que dejó de llover. Y así, la princesa de la lluvia ayudó a muchas personas en todo el mundo, sobre todo a quienes necesitaban de la lluvia para vivir.
La niña se levantó del sofá y miró a través de los diáfanos cristales de la ventana como la lluvia inundaba las aceras.
-¿Y cuándo parará abu?
-Eso dependerá de cuánto lo desees.
-¿Cómo la princesa de la lluvia?
-Como la princesa de la lluvia.
La niña miró fijamente a las nubes y después cerró los ojillos. Cuando los volvió a abrir, la lluvia había cesado.
-¡Abu, lo hice yo, fui yo…! -la abuela la abrazó con fuerza diciendo:
-Dejo mi don en buenas manos…

miércoles, 18 de enero de 2012

RELATO - Maquillaje

MAQUILLAJE

Callada y austera Margot maquillaba su pálido rostro coloreándose las mejillas. Agotada por la hipocresía que le sabía ácida en la boca, arqueaba sus largas pestañas que le llegaban a rozar las finas cejas depiladas a pinza y mucha paciencia. El espejo reflejaba una apariencia irreal de sí misma. Una imagen de muchas primaveras menos de las cuatro décadas y media que cargaba a su espalda.
Buscaba impasible el cepillo de brushing entre los cajones arremolinados de artilugios de belleza y le daba forma a su cabello. La función estaba por comenzar.
Sumisa, terminaba de arreglarse y levantaba la mirada para observar la foto que se tomaron abrazados Juan Carlos y ella en una maquina callejera de camino al hotel. Se sensibilizaba por momentos recordando sus dulces besos, sus susurros al oído, aquellas calientes manos que le sujetaban sus carnes traseras con firmeza, la manera en la que perdían el control. Pero como una princesa engañada, volvía a morder la manzana podrida de la codicia y la avaricia, de los sentimientos prohibidos a causa de un espejo que alimentaba su egocentrismo, que reflejaba aquella belleza mejorada tras el maquillaje que la mantenía siempre joven cual muñequita de porcelana. Sus amores iban deshojándose, marchitándose con el correr del tiempo. Siempre esperanzada de que en la próxima ciudad encontraría el verdadero amor. Un amor capaz de alimentar su ego aún más que el espejo que tenía en frente y que le iba diciendo siempre lo guapa que estaba.
-Esta noche arrasarás como siempre Margot, ya lo veras- escuchaba una voz altruista que le daba vueltas en su cabeza. Era casi la hora. Fue poniéndose en pie, mirando como el perfecto maquillaje de su rostro convertía su piel tan tersa y fría como el mármol. Con un gesto entrenado de ambos brazos, lograba colocarse el chal en los hombros para encararse hacia la puerta. Ensimismada recordó el número de teléfono de Juan Carlos y volvió a los cajones. Lo observó dulcemente por última vez y decidió romperlo.
Fuera del camarín estaba el productor que le fue dando indicaciones mientras caminaban. Ella aceleró la marcha y contestándole irónicamente se colocó por delante con unos atractivos movimientos de cadera.
La sala estaba repleta, las taquillas fueron saqueadas por el gentío impaciente que esperaba hacía meses el espectáculo que solo darían esa única noche en aquella pequeña ciudad costera.
Al término, los espectadores estaban embravecidos, vociferaban, aplaudían y tiraban flores a la estrella de la función. -Otra noche de éxito- se apuntaba mentalmente Margot. Las luces del teatro se encendían una a una y Juan Carlos, que le contemplaba desde la sexta fila, la saludaba cariñosamente con la mano levantada. Pero Margot le apartaba la mirada para saludar al director del espectáculo que le tendía un ramo de rosas rojas.

De regreso al camarín, Juan Carlos la esperaba a un costado de un oscuro e inútil pasillo de esos que solo sirven en casos de incendios, pero si este estuviese habilitado como tal, tendría la salida correspondiente a la calle, el cual no era el caso. Margot no fue capaz de mirarle y los de seguridad lo apartaron de allí a empujones.
El espejo nuevamente reflejaba una verdad encubierta tras el maquillaje. Tomó asiento frente a este y aplicando una crema, fue deshaciéndose de aquella mascara maligna sin la cual Margot volvería a ser la de siempre, aquella mujer sensible y enamorada que pocos conocían. Repentinamente, fue poseída por un ataque de ansiedad. Buscando en vano el papel roto con el teléfono de Juan Carlos, volcó la papelera esparciéndolo todo por el suelo. Sintió sofocos, se ahogaba por momentos con su propio llanto. Cuando de pronto llamaron a la puerta. Ilusionada dio dos brincos y se dirigió corriendo hacia ella secándose las lágrimas con la manga de la bata.
-Salimos en diez minutos para el aeropuerto, date prisa- le dijo el productor con palabras que a Margot le supieron amargas.
Su corazón latía a ritmos vertiginosos; sus emociones estaban al borde del colapso. En pocas horas cambiaría de ciudad. Otra posibilidad trunca de lograr una vida tranquila junto a un hombre que la amase, pero sobre todas las cosas, que estuviera allí siempre que lo necesitase. Margot se consumía en una agónica espera sin fin.
Apurando la copa de vino, tragándose la amargura, la desdicha de la vida que le rodeaba, pintó las iníciales JC en el espejo y las encerró en el típico dibujo de un corazón. Tal cual le pidieras a un ciego que te leyera el párrafo de un libro, Margot pedía consejos al espejo que le daba la espalda una vez más.
Debajo de la puerta se deslizó un sobre en el que se podía leer “para Margot de Juan Carlos”. Ella no se dio cuenta, pisándolo al salir con la maleta. El elenco la esperaba a las puertas del teatro para ir al aeropuerto.