martes, 15 de mayo de 2012

RELATO - Anécdotas de una Piara


Anécdotas de una Piara

Las primeras hojas ámbar caían danzando con la fresca brisa otoñal. Un otoño aletargado por un cambio climático inminente. Algunas urracas madrugadoras jugueteaban entre las ramas, bajaban a la gramilla y después de quitarse las pulgas a picotazos de las alas, volvían a remontar vuelo para posarse nuevamente en el árbol. Ella despertó con el trinar de las urracas y caminó por el parquet en calcetines para no hacer ruido. Desde la cocina podía escuchar el leve ronquido que producían sus hijos y más grave y acentuado, el de su marido.
La mesa estaba dispuesta para el desayuno, un tazón vacio para el café con leche y un vaso junto a dos naranjas sin exprimir. Una cestita de mimbre con el pan y el resto de menesteres en la nevera. Sin saberlo, se había anticipado al cortejo que le tenía preparado su marido con una nota que ponía feliz cumpleaños en letras grandes y coloreadas por los peques. Sonrió tiernamente al mirar la fotografía que acompañaba al sobre y la besó suavemente para no estropearla.
Exprimió las naranjas, bebió el zumo y se enfundo con una maya que le iba pegada al cuerpo, una sudadera con capucha y se calzó las zapatillas de correr.
Al salir, le llamó la atención la solitud absoluta de la calle. Aún faltaba para que clarease. A la distancia percibía alguna que otra figura borrosa. Las aceras estaban humedecidas por el rocío, al igual que los coches, de donde chorreaban gotas condensadas por los parabrisas. Caminó doscientos metros a paso rápido para que la musculación entrase en calor y después empezó con un trote lento y persistente hasta que cogió el ritmo. El trayecto atravesaba el ala sur de la pequeña ciudad. Bordeando la carretera principal, se llegaba a la montaña en donde nacía un parque natural protegido. Ella no entraba, seguía por la orilla de la ciudad. –Hasta que no coja estado no lo haré- decía a sus adentros mirando los senderos empinados que se perdían en la frondosa vegetación.
De regreso a casa, tomó el mismo camino por el que había ido, haciendo la salvedad por unos trescientos metros de atajo a campo traviesa. Llegó hasta unos carteles publicitarios que miraban hacia la carretera, rodeados por un denso matorral que a ella llegaba a tapar. Mientras lo atravesaba, escuchó pasos veloces que se le aproximaban vertiginosamente. Por la fuerte sacudida de los pastizales, daba la impresión que saldría un tractor de allí dentro. Cuando logró alcanzar la acera vio asomar una cabeza muy grande, peluda, con dos colmillos que le salían de la boca. El animal le miraba extrañado mientras emitía un sonido horrible al tiempo que masticaba bellotas. Detrás del ejemplar macho, salió toda la familia para constatar la causa del repentino detenimiento del jefe de la piara. La mujer, estupefacta, permanecía inmóvil hasta que su presencia se hizo conocida y la piara decidió continuar su camino.

Al llegar a casa, su familia se encontraba levantada, esperándole para darle las felicitaciones por su día. Sus dos hijos corrieron a besarla y desearle feliz cumpleaños seguido por su marido que le tendió una flor.
Pero ella permanecía con la mente puesta en los animales. Bebió agua, al sentir la boca pastosa y le relató lo ocurrido. Los niños rieron contagiados de la risa del padre.
-¡Jabalíes!, ¿y comiendo bellotas al costado de la carretera?- dijo el marido burlonamente, después mirando a los niños prosiguió- habrán sido perros, cariño…
-Me tomas por tonta. Crees que no puedo distinguir un jabalí de un perro.
-No te enfades cariño, sabes que bromeamos, ¿verdad chicos?– los niños asintieron aún riendo con el padre. Pero al día siguiente, le tocó a él llevar los hijos al cole, pasando justamente por donde su mujer dijo que avistó los jabalíes y tuvo la mala suerte de estrellarse contra uno de ellos cuando salía disparado de los altos pastizales.
-Desde aquel día, los jabalíes forman parte de nuestros anécdotas… 

sábado, 5 de mayo de 2012

MICRORRELATO - Caída Libre


Caída Libre

El cielo de un límpido azul dejaba ver la magnificencia de la vida a mis pies. Los animales como puntos negros miraban curiosos mi descenso. Extendí mis brazos buscando la cohesión con el aire, planeando como un ave. Después la gran carpa se abrió pegándome un sacudón que hizo crujir mis huesos. Los animales crecían a la vista al igual que mis emociones. Mis más íntimos temores surgieron al descubrir que el aterrizaje determinado sería otro. Un felino de gran envergadura se relamía los bigotes mirando mis carnes bajar. Hasta parecía que afilaba sus garras contra las piedras. La sombra se hizo más pequeña hasta desaparecer al tocar tierra. El felino saltó hacia mí deteniéndose en seco con la alambrada del parque natural.