El cielo enlutado lloraba junto a la dama de negro que transitaba lentamente con el pecho partido. Un sollozo acallado le carcomía por dentro, de impotencia, de angustia por no poder acariciarlo por última vez.
Con el olfato, el oído y tacto recorría atropelladamente el sendero lodoso, hasta alcanzar unas tumbas de donde pudo escuchar en la lejanía, la voz del cura que entonaba un triste sermón dirigido a su amante. Después bullicio, rumores, sollozos…
Gotas como cuchillas descendían en vertical, castigando a los que simulaban sentir algo por el difunto, lavando rostros llenos de sentimientos forzados, gestos falseados, algo de que pellizcar.
El chirrear de las poleas herrumbradas, acalló al gentío que contemplaron como aquellas cuerdas tensadas hacían descender el féretro al fondo de la fosa.
La mujer aguantó el dolor, la sensación de vacío que le rodeó, el no poder escuchar jamás su voz, el no volver a palpar su rostro y acariciar su prominente mentón masculino. Sus chistes y aquella contagiosa riza se desvanecieron con un adiós que dibujó sus labios marchitos.
Sus piernas temblorosas flaqueaban, mientras se afirmaba en una de las viejas lápidas del cementerio.
Por un momento percibió un perfume conocido, se giró, soltó un nombre, pero nadie respondió.
La lluvia le acompañó de regreso.
Una gélida sensación le invadió al entrar en su solitaria casa, su vida, su alegría habían muerto con él y ahora putrefactos, se descomponían lentamente en un ambiente espeso, cargado de finas alfileres que se le clavaban directo al corazón.
Dejó su fino bastón guía y se dirigió de memoria hasta la ventana. Su ceguera le había permitido agudizar sus demás sentidos. Entonces su olfato volvió a sentir aquel perfume del cementerio y repitió nombre.
-Juan, ¿Juan, eres tú?
-Sí tía, soy yo
-¡Qué alegría!, ¿cuándo llegaste?
-No podía dejarte sola en un momento tan difícil.
-Sentí tu perfume en el cementerio, te llamé pero no contestaste…tu madre no me dijo que vendrías…
-Mamá no sabe nada. Lo siento mucho…
-Ay cariño, es muy duro y con el tiempo empeorará. Su voz se acalló, su riza, aquel sentido del humor del que me enamoré se desvaneció con su muerte.
-No llores, recuérdalo por lo bueno, por aquellos gratos momentos que pasaron juntos, él lo hubiera preferido.
-Tienes razón, ven aquí abraza a tu tía.
-Tía, sabes que te quiero mucho y vine a despedirme.
-¿Qué pasa cariño? Acércate, no me gusta tu tono de voz. Juan, ¿dónde estás?
-Estoy aquí, tomándote de la mano.
-¿Qué pasa? No te siento; Juan, ¿qué pasa? Juan por favor cariño, ¿estás bien? Acércate.
El teléfono sonaba insistentemente…
-Cógelo, tía.
-No, noo por favor.
-Cógelo, es mamá, dile que la quiero…
Escuchó una voz quebrada del otro lado de la línea.
-Ana, Anita, Juan, Juan mi hijo… ha muerto…con el coche. Me voy al pueblo.