martes, 6 de marzo de 2012

RELATO - Llévame Contigo

Llévame Contigo

Cuando empecé a sentir, recuerdo que un hombre de manos ásperas me puso en una habitación con los demás. Estábamos todos allí con temor, llenos de incertidumbre por un futuro del que no sabíamos nada. Todos con un mismo fin, esperando ser acogidos por alguna familia que nos cuidara y nos tratara dignamente. Pasó el tiempo y me hice más fuerte o por lo menos yo me sentía de mejor ánimo. A lo mejor empezaba a acostumbrarme a estar encerrado, sin que ocurriera nada. Aunque a veces venían y se llevaban algunos de mis compañeros. Nunca más los volvíamos a ver. Un buen día, una pareja muy joven con un niño pequeño vinieron a verme. Me miraron por todos los lados, me cogieron en brazos y supe que me iría con ellos. Estaba feliz, por fin una familia. Conocí la luz del sol. Ahora sentía lo que era balancearse dentro de un coche y hasta podía percibir el tacto del niño cuando me acariciaba sonriente. Nos hicimos muy amigos, siempre estábamos juntos, pero reconozco que a veces era un poco bruto y me golpeaba. Estoy seguro que no lo hizo intencionalmente, pero un día me empujó por las escaleras. Desde aquél día algo cambió en él, sus ojitos ya no me sonreían como antes y prefería ir a jugar con sus juguetes nuevos en vez de estar conmigo.
Cuando pensaba que mi vida se derrumbaba, que mis días de felicidad llegaban a su fin, una pequeña luz de amistad volvía a deslumbrar en Pedro, el único amigo que había tenido en lo que llevaba de vida.
Fue cuando llamaron por teléfono a Pedro, para que fuera a jugar al fútbol. Increíblemente me llevó con él junto a dos amigos que Juan, mi padre adoptivo, se ofreció a llevar. Si hasta parecía alardear con ellos de que estuviese con él y claro, yo orgulloso de que así fuera. Llegamos al campo y sus demás compañeros de equipo corrieron a saludarme. Empezamos a jugar. Un partido muy duro. Recibía patadas de todos los niños, algunos puntapies me hicieron ver las estrellas. Pero lo más duro fue cuando el portero me pegó un guantazo con toda la mano abierta y fui a parar a un costado donde una planta de espinas detuvo mi avance. Estaba muy mal, no sentía nada, los niños, horrorizados, me rodearon e intentaron reanimarme, mientras otros me quitaban las espinas. Recuerdo que en un momento dado perdí el conocimiento.
Desperté nuevamente con el hombre de manos ásperas sacándome las entrañas, curándome las herías, suturándome y finalmente echándome el aire que precisaba para botar.

jueves, 23 de febrero de 2012

CUENTO INFANTIL- El rey Patata

Os dejo un cuento muy divertido, donde los niños disfrutaran tanto como vosotros

EL REY PATATA

Erase una vez un reino muy original, donde sus habitantes eran patatas. Un buen día, mientras la reina patata contemplaba todo el vasto reino a través de los ventanales, se dio cuenta de que no había visto al rey patata, su marido, en todo el día. Se encontraba sentada en su altar, un plato muy mono con un pequeño tazón por encima de plata que usaba de trono. Entonces, mandó a llamar a su doncella que vino en el acto.
-Magdalena por favor, ¿has visto al rey?- preguntó la reina patata.
-Claro majestad, lo he visto muchas veces, pero no recuerdo haberlo visto en todo el día de hoy.
-¿Está segura Magdalena?- preguntó nuevamente la reina. La doncella hizo memoria y luego contestó.
-Ahora que lo dice majestad, eh visto al rey patata muy temprano desayunar y marcharse con prisa seguido por Bernardo.
Bernardo era el mayordomo del palacio, por llamarlo de alguna manera, que servía al rey y mantenía al resto de la servidumbre a raja tabla con tal de que estuviera todo en orden. No se le escapaba detalle alguno y siempre solucionaba lo que le mandaban los reyes. Pero sobre todas las cosas, se ocupaba de atender los antojos y los mil y un disparates que se le ocurrían al rey patata.
La reina se preguntaba extrañada por qué llevaba tanta prisa el rey a esas horas un domingo. Sin suerte, lo buscó por la parte alta del palacio. Después descendió por la escalera hasta el salón. Allí se encontró con Bernardo quitando el polvo a los cuadros.
-Bernardo por favor- le llamó la reina y Bernardo se acercó haciendo reverencias.
-Dígame majestad.
-¿Ha visto usted al rey?
-La verdad que no majestad- respondió Bernardo arreglándose el largo bigote.
-¿Estás completamente seguro Bernardo?
-Bueno, ahora que lo dice…Esta mañana tuvo una urgencia para ir al lavabo.
Entonces la reina patata salió corriendo hacia el baño real seguida por Bernardo y Magdalena. Cuando llegaron, el rey patata no se encontraba allí, pero el retrete olía muy, pero muy mal y lo peor es que se encontraba atascado. Romualdo estaba de rodillas con el desatascador en mano, sudando como un cerdo sin conseguir resolver el problema de las cañerías.
-Romualdo por favor ¿ha visto usted al rey?-Romualdo pegó un salto al escuchar la voz de la reina, dando un cabezazo al lavamanos.
-Auuch, perdón, digo, oh majestad es un honor que vos estéis presenciando mi trabajo, pero la verdad es que al rey patata no lo he visto en todo el día.
-¡Romualdo! ¿Está seguro de lo que me dice?, entonces, ¿cómo es posible que esté tan ocupado desatascando el retrete real del rey?
-Ahora que lo menciona majestad, el rey ha estado muy temprano, más pronto que lo habitual por aquí. Siempre acostumbra pasarse por la tarde, después del banquete, majestad. Decía que le habían caído como bomba las tortitas fritas de maíz. Si mi memoria no me falla, dijo que se iría a la huerta a por unas zanahorias para hacerse una sopa.
Entonces la reina salió a los jardines del palacio y caminó muy deprisa hasta que llegó al huerto de su marido el rey patata, seguida por Magdalena, claro, que no quería perderse por nada en el mundo como terminaría aquel misterio. No hacían de menos Bernardo, que llevaba el atrapa polvo, y Romualdo, con el desatascador apestoso. Aunque para sorpresa, tampoco hallaron al rey patata en el huerto. Allí estaba Jacinto, con su sombrero de paja cortando tomates verdes para la ensalada de la comida.
-¡Jacinto!- exclamó la reina algo alterada por la desaparición de su marido- ¿Ha visto usted al rey?
-No majestad, en ninguna parte.
-Jacinto, ¿está seguro de lo que me está diciendo?-preguntó algo subida de tono, con el seño fruncido y mostrando los dientes largos como los de un topo.
-Ahora que lo dice majestad, vino a por unas zanahorias. Mirad vosotros mismos, las ha arrancado dejando estos huequecitos… ¿lo veis? me dijo que con ellas se haría una sopa que le ayudaría a aliviar un mal estomacal.
El rey patata era muy escurridizo cuando le convenía, pero había que reconocer que sobre todas las cosas, era la persona más distraída del mundo. Como sería de distraído que un día se olvidó terminar de vestirse y salió del palacio sin los pantalones. Fue el hazme reír de toda la comarca de la patata, mientras desfilaba montado en su caballo blanco y sin sus pantalones. Pero esto no viene al caso…
La cosa es que la reina patata mandó a llamar a la guardia real para que buscara a su marido en cada rincón de la comarca. Recorrieron tierras feudales, cruzaron ríos y barrieron el palacio sin suerte alguna. Fue entonces cuando vieron a Josefina, la jefa de la cocina buscando en la despensa. Al escuchar el alborotos de la reina y toda la comitiva que se había montado para resolver el caso del rey patata desaparecido, se le cayeron un montón de latas de conserva por el suelo.
-¡Josefina!, venga aquí- Exigió la reina arrancándose de los nervios los pelos de la cabeza- ¿ha visto al rey?
-No me parece que lo haya visto majestad.
La reina la miró seriamente a los ojos y le dijo- ¿cómo es que estás tan segura? Desde aquí puedo oler las zanahorias hervidas que seguramente trajo el rey patata para que le hicieran una sopa.
-Ahora que lo dice majestad, el rey me pidió que le buscara laurel para condimentar el caldo y es por eso que estaba revolviendo en la despensa, pero al parecer ya no debe quedar.
Un exquisito aroma a verduras venía de la cocina. La cazuela burbujeaba salpicando gotas de caldo sobre los fogones, pero del rey ni señales. En eso escucharon roncar. El rey patata se había quedado dormido y había caído dentro de la cazuela. Allí estaba, al fin, flotando cogido de una hoja de acelga. Los caballeros más fuertes y valientes de la corte, sacaron al rey patata con una espumadera gigante de madera y lo pusieron bajo el chorro de agua fría. Había perdido parte de los brazos y la mitad de las piernas se habían diluido en el caldo. El cuerpo se le había ablandado de tal manera que tan solo ponerlo en el suelo perdía su forma. El pobre rey patata se había convertido en puré.

Fin

miércoles, 15 de febrero de 2012

RELATO - Como Cada Día

A Vanesa con todo mi amor

COMO CADA DÍA

Desde la solitud de una fría habitación miro a través de los cristales empañados por mi aliento la llegada de mi amada. Ella no se da cuenta que la estoy observando desde la ventana. Baja del coche natural, tal y como ella es, sin tener que aparentar nada. Saca a los chicos de sus sillitas, carga a la más pequeña en brazos y mira hacia la casa buscando mi ayuda. Sus cabellos se mueven con la brisa atravesándosele en la cara. Con un movimiento sutil de su cabeza, logra quitárselos de en medio pero queda con la mirada atrapada en un árbol. Su quietud, una ardilla que descansa sobre una rama; ambos se observan esperando la reacción del otro. Después, sin hacer ruido, indica a los chicos que miren al animalito, aunque esté apenas se deja ver asustado con los gritos de emoción de nuestra pequeña hija.
El maletero continúa abierto con la compra esperando ser descargada. Pero no soy capaz de moverme mirando aquellos trozos de mi corazón que se divierten en el jardín. Arrancan flores cuidadosamente, las huelen y se las reparten en forma de trueque. Ella levanta otra vez la mirada y me ubica en la ventana de la habitación sonriente. Me pone cara para que baje a ayudarla, pero se da cuenta que estoy disfrutando del momento y se contenta con mi alegría. Aquella mirada tan dulce y expresiva que me enamoró hace tanto tiempo y que perdura intacto dentro de mí.
Al final me dan ganas de abrazarlos y bajo las escaleras a toda prisa. Me los encuentro en el porche. El más grande corre a mis brazos seguido por la pequeña que aún avanza con pasos atropellados. -¡Papá!- grita efusivamente saltando encima de mí, la pequeña le copia. Nos fundimos en un abrazo y les pregunto cómo les fue en el cole, aunque por dentro muero por besar los labios de mi mujer que espera de pie junto a nosotros. –muy bien, hoy no me pelee con nadie, ehh papá- responde el grande. La niña solo contesta-Sí- a mis preguntas.
Finalmente, los pequeños corren dentro mientras envuelvo a mi mujer en brazos y la beso con cariño diciéndole.
-Feliz día amor- ella me mira confusa, calculando los días y pensando en alguna fecha importante entre nosotros, después responde.
-¿Perdón?, ¿me estoy olvidando de algo?
-No- respondo sonriente- Cada día te lo debería decir y no lo hago. Hoy cumplimos un día más que estamos enamorados…

martes, 24 de enero de 2012

RELATO - Princesa de la Lluvia

Arantxa Salas, por aquel comentario que me inspiró en este relato; va por ti.

PRINCESA DE LA LLUVIA

El agua hervía en la tetera emitiendo un silbido de aviso y echando vapor tal cual fuera una locomotora, entre tanto, la anciana buscaba con aplomo sus gafas en la sala. Se podía escuchar de fondo una música antigua, de su época, a bajo volumen para no despertar a los demás de casa. Finalmente las encontró entre los juguetes de su nieta y se dirigió a la cocina a prepararse un té; el café le sentaba mal, abandonándolo a la fuerza muchos años atrás. Colocó la infusión en un tazón y vertió el agua caliente. Escuchaba unos pasitos infantiles en el parquet ligeros que a momentos se detenían para luego emprender la marcha al cabo de unos segundos, como si buscara algo. Dejó el tazón tapado con el plato para que se concentraran los sabores y fue a ver.
-¡Arantxa!, buenos días cariño. ¿Qué haces levantada?- la niña la miró refregándose los ojillos y bostezando sin parar contestó con la voz hacia adentro.
-Buenos días tocaya- la abuela rió con la expresión de la niña. El día anterior, le había estado explicando el significado de la palabra “tocaya” y le hizo gracia el hecho de que la pequeñaja lo recordara tan bien.
-Abu, me prometiste que me ibas a contar un cuento…
-Y te lo he contado- interrumpió la abuela- solo que te quedaste dormida antes de que empezara.
-¿Me lo cuentas otra vez?
-Esta noche te lo contaré, ¿de acuerdo…?
-No, Abu… ¿por qué no me lo cuentas ahora en el sofá?- la mujer no se pudo negar con la cara compradora que puso la niña.
-Está bien, ve al sofá que yo iré por tu leche y mi taza de té…
La niña se acomodó en el sofá esperando a que la abuela volviera a contarle el cuento. Aquella encantadora mujer de cabellos blancos le ponía tanto matiz, tanta energía, e inclusive cambiaba la voz con cada personaje que tocase; hacía que la pequeña Arantxa permaneciera boquiabierta con sus relatos.
-¿Estás lista? Preguntó la abuela.
-¡Siiiiii!- respondió efusivamente la pequeña.
-Muy bien-continuó la abuela- esta vez será una historia de una…
-¿Es real?- interrumpió la niña.
-Digamos que en parte sí, ¿de acuerdo?- la niña asintió con la cabeza atendiendo de inmediato las dulces palabras de su abuelita.- Como te decía…
-Así no comienzan los cuentos abu.
-Lo siento cariño, ¿y cómo comienzan?
-Erase una vez…
-De acuerdo. Erase una vez…
-¿Y cómo se llama el cuento?
-Se llama “La princesa de la lluvia”, pero ahora presta atención porque cuando comience con el cuento, no me detendré y no podrás escuchar lo que te estoy diciendo. Muy bien, bebe tu leche mientras te lo cuento, ¿de acuerdo?-La niña volvió a asentir con su cabecita de arriba a abajo y se concentró una vez más.
-Erase una vez, una jovencita que vivía en la gran ciudad. Trabajaba mucho en una oficina y por las noches disfrutaba de la compañía de su gato.
-¿Y sus padres?
-Sus padres vivían en otra casa. Era una joven que se había mudado a un piso ella sola.
-Y su gato.
-Sí cariño, y su gato. En vacaciones le gustaba viajar y conocer otras ciudades, otros lugares. No le gustaba mucho la lluvia…
-Sí, es fea porque moja.
-No es tan fea, la joven del cuento…
-¿Cómo se llama abu?
-Pues…no lo había pensado. ¿Cómo quieres que se llame?
-Como yo…como nosotras dos, ¿vale?
-Me parece bien, entonces seguimos. Ya verás que al final a la joven Arantxa termina gustándole la lluvia. Escucha y verás. Al igual que las chicas de su edad, a Arantxa le gustaba ir a la playa y coger un color moreno para estar guapa. Pero sus vacaciones siempre se veían interrumpidas por la lluvia. Cada año ocurría lo mismo, a tal punto que los que le conocían pasaron a apodarle la princesa de la lluvia.
Un día, un señor que trabajaba en una ONG…
-¿Qué es eso abuelita?
-Pues, es un grupo de señores que ayudan a personas carenciadas, que no tienen nada, personas que no tienen dinero, ni comida o que necesitan alguna ayuda, ¿sabes?, bueno, entonces este señor buscó incansablemente a la princesa de la lluvia hasta que dio con ella. Entonces le pidió que trabajara con él en África haciendo que volvieran las lluvias. Y así lo hizo, nada más pusieron pie en tierra africana, comenzaron las lluvias.
Los problemas llegaron cuando las lluvias no paraban. Por más que la princesa de la lluvia se fue de África pensando que de esta manera acabarían, no fue así. Los ríos estaban desbordados, los techos de las aldeas que una vez desconocieron la lluvia, se encontraban flotando en un gigantesco pantano. La pobre princesa decidió volver e intentar remediar lo que había hecho ¬-La niña permanecía inmóvil, no mediaba palabra escuchando el desenlace que relataba su abuela con tanto ímpetu- Se sentó bajo la lluvia, cerró los ojos y levantando los brazos hacia el cielo, pidió que se acabaran las lluvias. Se lo creyó tanto que dejó de llover. Y así, la princesa de la lluvia ayudó a muchas personas en todo el mundo, sobre todo a quienes necesitaban de la lluvia para vivir.
La niña se levantó del sofá y miró a través de los diáfanos cristales de la ventana como la lluvia inundaba las aceras.
-¿Y cuándo parará abu?
-Eso dependerá de cuánto lo desees.
-¿Cómo la princesa de la lluvia?
-Como la princesa de la lluvia.
La niña miró fijamente a las nubes y después cerró los ojillos. Cuando los volvió a abrir, la lluvia había cesado.
-¡Abu, lo hice yo, fui yo…! -la abuela la abrazó con fuerza diciendo:
-Dejo mi don en buenas manos…

miércoles, 18 de enero de 2012

RELATO - Maquillaje

MAQUILLAJE

Callada y austera Margot maquillaba su pálido rostro coloreándose las mejillas. Agotada por la hipocresía que le sabía ácida en la boca, arqueaba sus largas pestañas que le llegaban a rozar las finas cejas depiladas a pinza y mucha paciencia. El espejo reflejaba una apariencia irreal de sí misma. Una imagen de muchas primaveras menos de las cuatro décadas y media que cargaba a su espalda.
Buscaba impasible el cepillo de brushing entre los cajones arremolinados de artilugios de belleza y le daba forma a su cabello. La función estaba por comenzar.
Sumisa, terminaba de arreglarse y levantaba la mirada para observar la foto que se tomaron abrazados Juan Carlos y ella en una maquina callejera de camino al hotel. Se sensibilizaba por momentos recordando sus dulces besos, sus susurros al oído, aquellas calientes manos que le sujetaban sus carnes traseras con firmeza, la manera en la que perdían el control. Pero como una princesa engañada, volvía a morder la manzana podrida de la codicia y la avaricia, de los sentimientos prohibidos a causa de un espejo que alimentaba su egocentrismo, que reflejaba aquella belleza mejorada tras el maquillaje que la mantenía siempre joven cual muñequita de porcelana. Sus amores iban deshojándose, marchitándose con el correr del tiempo. Siempre esperanzada de que en la próxima ciudad encontraría el verdadero amor. Un amor capaz de alimentar su ego aún más que el espejo que tenía en frente y que le iba diciendo siempre lo guapa que estaba.
-Esta noche arrasarás como siempre Margot, ya lo veras- escuchaba una voz altruista que le daba vueltas en su cabeza. Era casi la hora. Fue poniéndose en pie, mirando como el perfecto maquillaje de su rostro convertía su piel tan tersa y fría como el mármol. Con un gesto entrenado de ambos brazos, lograba colocarse el chal en los hombros para encararse hacia la puerta. Ensimismada recordó el número de teléfono de Juan Carlos y volvió a los cajones. Lo observó dulcemente por última vez y decidió romperlo.
Fuera del camarín estaba el productor que le fue dando indicaciones mientras caminaban. Ella aceleró la marcha y contestándole irónicamente se colocó por delante con unos atractivos movimientos de cadera.
La sala estaba repleta, las taquillas fueron saqueadas por el gentío impaciente que esperaba hacía meses el espectáculo que solo darían esa única noche en aquella pequeña ciudad costera.
Al término, los espectadores estaban embravecidos, vociferaban, aplaudían y tiraban flores a la estrella de la función. -Otra noche de éxito- se apuntaba mentalmente Margot. Las luces del teatro se encendían una a una y Juan Carlos, que le contemplaba desde la sexta fila, la saludaba cariñosamente con la mano levantada. Pero Margot le apartaba la mirada para saludar al director del espectáculo que le tendía un ramo de rosas rojas.

De regreso al camarín, Juan Carlos la esperaba a un costado de un oscuro e inútil pasillo de esos que solo sirven en casos de incendios, pero si este estuviese habilitado como tal, tendría la salida correspondiente a la calle, el cual no era el caso. Margot no fue capaz de mirarle y los de seguridad lo apartaron de allí a empujones.
El espejo nuevamente reflejaba una verdad encubierta tras el maquillaje. Tomó asiento frente a este y aplicando una crema, fue deshaciéndose de aquella mascara maligna sin la cual Margot volvería a ser la de siempre, aquella mujer sensible y enamorada que pocos conocían. Repentinamente, fue poseída por un ataque de ansiedad. Buscando en vano el papel roto con el teléfono de Juan Carlos, volcó la papelera esparciéndolo todo por el suelo. Sintió sofocos, se ahogaba por momentos con su propio llanto. Cuando de pronto llamaron a la puerta. Ilusionada dio dos brincos y se dirigió corriendo hacia ella secándose las lágrimas con la manga de la bata.
-Salimos en diez minutos para el aeropuerto, date prisa- le dijo el productor con palabras que a Margot le supieron amargas.
Su corazón latía a ritmos vertiginosos; sus emociones estaban al borde del colapso. En pocas horas cambiaría de ciudad. Otra posibilidad trunca de lograr una vida tranquila junto a un hombre que la amase, pero sobre todas las cosas, que estuviera allí siempre que lo necesitase. Margot se consumía en una agónica espera sin fin.
Apurando la copa de vino, tragándose la amargura, la desdicha de la vida que le rodeaba, pintó las iníciales JC en el espejo y las encerró en el típico dibujo de un corazón. Tal cual le pidieras a un ciego que te leyera el párrafo de un libro, Margot pedía consejos al espejo que le daba la espalda una vez más.
Debajo de la puerta se deslizó un sobre en el que se podía leer “para Margot de Juan Carlos”. Ella no se dio cuenta, pisándolo al salir con la maleta. El elenco la esperaba a las puertas del teatro para ir al aeropuerto.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Reflexiones 2011-2012

Uno se plantea tantas cosas para el año venidero… Una mejor condición laboral, el ascenso esperado, cambiarse de casa, tener hijos. Pero lamentablemente hay personas carenciadas que solo se conforman con poder comer para vivir. No pueden aspirar a nada más. La vida suele ser muy injusta. Como digo yo, “la repartija de la baraja fue alterada” y muchos, la gran mayoría, salimos perjudicados. Los ricos enriquecen y los pobres empobrecen. Está comprobado que la mayoría de las personas que nacen pobres, morirán con el mismo estatus de vida, Pobres. Decisiones mal tomadas, administraciones que se enriquecen a costa del empobrecimiento del pueblo, coima, corrupción… Podría pasarme escribiendo páginas interminables de razones por la que un país se va al garete, pero no es el objetivo de estas líneas.
Lo importante es luchar por la igualdad entre las personas, hombres y mujeres, codo a codo.
Deseo que este año nuevo podamos concientizarnos en el medio ambiente, nuestro querido mundo nos lo pide a gritos. Gritos que no callan. Día a día la naturaleza, fiel aliada de la tierra, nos demuestra su furia, su indignación al trato que recibe de todos nosotros.
Parémonos por un instante a pensar en las cosas que podríamos hacer para mejorar el mundo. Ayudar al prójimo, plantar una semillita que luego germinara y crecerá en un fuerte árbol o simplemente no ensuciar el planeta, pero sobre todo ayudar a los más carenciados. Solo intentar que estos pensamientos que surgen en fechas como estás, se cumplan y no mueran en una mera rutina, un ejercicio mental. Al menos hagamos el 10% de lo que pensamos hacer para ayudarnos entre todos y seguramente que el mundo cambiara.
¡¡¡Feliz año para todos!!!

miércoles, 28 de diciembre de 2011

RELATO - La Navidad de Juan

La Navidad de Juan

Con su carita triste y redondeada, Juan miraba ilusionado el árbol de navidad que se levantaba en el centro de la plaza. Pensando en un mejor porvenir, esperanzado que el año venidero llegase con el hogar que tanto anhelaba. La banda había acabado y recogían los instrumentos con las manos entumecidas por la helada brisa que escarchaba la humedad del pasto e incluso la saliva que se le escapaba a Juan de los labios. De a ratos, seguía con la mirada a los niños de su edad alejarse de la mano de sus padres marchando como soldaditos de plomo. Hacía demasiado frío para que nevase. Sus rasgos faciales se congelaban dándole el aspecto de una escultura de hielo.
La abarrotada plaza poco a poco fue vaciándose. Diáfanas gotas congeladas caían del árbol encima de sus finos cabellos amarillos. Juan no se inmutaba, se quedaba mirando una vez más la decoración navideña. Después, llamado por sus hambrientas tripitas, empezaba a caminar contando cada baldosa a su paso. Como si jugara a la rayuela, daba saltitos lentos y pesados que ralentizaban su andar.
En las ramblas, las tiendas mantenían sus persianas a medio cerrar, aguardando a que los rezagados compradores se decidieran por aquél último regalo que aún no tenían claro. Juan se acercaba al cristal del escaparate sin ser visto por el de seguridad, apoyaba la nariz para deleitarse con los juguetes. Los contemplaba largo rato y escribía con las falanges moradas su nombre en el cristal, cual fuera su carta navideña. Después lo borraba con el puño y escribía el de sus padres. Como si llevará una carga en sus hombros, sus débiles piernas cansadas le flaqueaban obligándole a sentarse en los bordillos de entrada a las tiendas e incluso en los portales de los edificios. Así lo hizo hasta que llegó al callejón Rosales. La oscuridad parecía que cernía las paredes sobre si cual aplanadora de residuos. Vagamente levantó su cabeza desproporcionada con su menudito cuerpo y vio dos sombras que merodeaban su cobija.
-¡José!- gritó pensando que se trataba nuevamente del viejo vagabundo y su nueva novia que buscaban el calor de los cartones para amarse. Pero las voces se perdieron en el eco. Siguió caminando hacia sus únicas posesiones cuando las sombras se hicieron conocidas.
-¡Papá, mamá! ¡Pudisteis venir!
-Juan, pequeñajo…- le abrazó su madre mientras escuchaba las dulces palabras de su padre al oído.
-¿Y cómo no íbamos a venir?, es noche buena.
-¿Tenéis hambre? Porque yo me estoy muriendo- preguntó el niño con lágrimas en los ojos.
-Tanta hambre que no te podrías imaginar.
-Venid por favor, esta noche invito yo.
Tomados de las manos, continuaron hasta el final del callejón donde una puerta metálica daba a la cocina de un restaurante. Junto a esta, un contenedor de basura donde Juan empezó a escarbar buscando las sobras.
-Esto está aún caliente, probadlo- murmuró el niño ilusionado a sus padres.
-No Juan, come tú que lo necesitarás más que nosotros.
-Por favor…
Se hizo un silencio interminable en el que los padres sollozando miraban al pequeño Juan buscar más comida desesperado. En eso se abrió la puerta y el cocinero agarró a Juan del brazo.
-¿A sí qué eres tú el que desparrama la basura?
-No señor, lo juro. Solo quería darles a mis padres de comer.
-Vergüenza debería darles, mandar a un niño de tu edad a conseguirles comida.
-Fue idea mía, lo siento señor, no volveremos a molestarle.
-Si los tuviera delante los pondría calentito- agregó el cocinero mordiéndose la lengua de rabia.
-A mí también me gustaría que me diera calor señor. Es que este frío no hay quien lo aguante.
-Ya, oye niño, ven aquí ¿cómo te llamas?
-Juan, señor- contestó el niño con la cabeza gacha.
-¿Tienes hambre?
-Tanta hambre que no se puede imaginar.
-Jajaja, así me gusta, venga Juan, pasa que hoy es navidad.
Al tiempo que la puerta se cerraba, los padres sonreían dulcemente. Sus borrosas figuras se desvanecían con el aire sabiendo que esta sería una buena noche para Juan.