miércoles, 9 de enero de 2013

RELATO - El Niño y la Tortuga

Después de la gélida temporada invernal, la capa de hielo que cubría la hojarasca putrefacta se deshizo así como así, de repente. Pájaros confusos trinaban sobre unas ramas acariciadas por la tibia solana que repuntaba por el horizonte. En la cocina pitaba la tetera. Apagué la llama y preparé la cafetera, dejando reposar los granos molidos. Los cristales se habían empañado por el vapor. Dejé todo dispuesto para el desayuno y me encaminé al granero con dos cubos para alimentar a mis cerdos. El viejo gallo se despertó con mi intromisión, dio saltitos en el lugar y después de sacar pecho, comenzó a cantar con su voz rota, melancólica, como una balada italiana. Mientras los cochinos se zambullían en la comida y el estiércol del suelo lodoso, volví a la cocina echando humo con mi aliento. Bebí mi taza de café a sorbos mirando por la ventana al potro que se alzaba torpemente a galopar por el corral. Inmediatamente recordé que había prometido a Maxi montar a caballo. Al llegar a su habitación, desplegué las persianas dejando entrar la luz.
-Vamos dormilón que ya es tarde.
-¿Tarde para qué?- reprochó enfadado. Su memoria ya empezaba a fallar con su avanzado alzhéimer. -¿Otra vez al hospital?- continuó entornando sus pequeños ojos, respirando ofuscado.
-Tienes visita la semana que viene Maxi; aparte, hoy es domingo- rezongando se levantó de la cama afirmándose con sus endebles piernas y se rascó la calva.
-¿Cuándo es mi cumple?
-Mañana Maxi.
-Cierto y… ¿María?
-Fue a trabajar- el que no la recordara, me produjo un nudo en la garganta.
Le ayudé a vestirse. Mientras él desayunaba sus tostadas, el zumo exprimido y un tazón de leche con chocolate, yo salí a ensillar los caballos; para Maxi el poni que tanto le gusta. Maxi estaba muy delicado, padecía arteriosclerosis y recientemente había sufrido un ataque al miocardio. Los médicos nos dijeron que con otro ataque de este tipo no saldría para contarlo.
Maxi me sorprendió perdido en mis pensamientos. Se me acercó con los ojos bañados de llanto y me dijo suavemente.
-Papi, no me encuentro bien, que tal si lo dejamos para otro día.
Me acerqué y le toqué la frente. Estaba tibio. Lo alcé en brazos y nos sentamos en el sillón del comedor.
-Papi, cuando muera, veré a María en el cielo ¿verdad?
-Si cariño, mamá te esperará en el cielo pero para eso falta mucho…-sentía como la garganta se me cerraba. Se me escapó una lágrima pero pude contener el llanto.
-¿Recuerdas la tortuga que tenía de pequeño?- me dijo sonriente, acentuándosele las arrugas de la cara.
-Cómo olvidarla- respondí vivazmente. Hacía tiempo que no le veía tan lúcido.
-Papi, tengo sueño…
-Descansa Maxi, papá te arropará.
-Ya sé lo que quiero para mi cumple- comentó balbuceando, los ojos se le entornaban. –una tortuga- continuó señalando el jardín con sus dedos deformes por el reuma.
-Ah ¿sí?, ¿Y eso?
-A lo mejor no es que me esté muriendo papi o convirtiéndome en un niño viejo, sino en una tortuga. Estaré arrugado, caminaré lentamente pero viviré muchos años.
-Seguramente cariño, ahora duerme…
Aquella tarde de marzo me dejó. Sus recuerdos vuelan por cada rincón de la casa junto a los de su madre. Cada día visito al poni y hasta me compré una tortuga, en ella veo reflejado al niño que tanto amé.

domingo, 18 de noviembre de 2012

MICRORRELATO- El Relojero

El Relojero 

Mireya caminaba por la calle Chacabuco como cada noche después de clase de teatro. Estaba inusualmente sensible, más que de costumbre, quizá influenciada por el corte de luz en el alumbrado público. Un viento gélido levantaba la hojarasca otoñal, despeinando su cabellera, trayendo el sonido de unos pasos que se acercaban vertiginosamente. Seguidamente escuchó un susurro escalofriante al oído “tic-tac”, después muerte y silencio. El inspector miró de soslayo al cadáver desnudo de la joven tumbado en la camilla de la morgue mientras se dirigía a la ventana. Contempló por ella la diáfana luz de un rayo e inmediatamente oscuridad y lluvia golpeado los cristales. En un ademan, el detective rebusca en el bolsillo de su chaquetón. Bruscamente extrae un cigarrillo llevándoselo a la boca. La tenue luz de la brasa deja ver algo que cae del chaquetón. Dos manecillas ruedan al suelo, tic-tac, inmediatamente las recoge el relojero.

jueves, 19 de julio de 2012

Entrevista - La Voz Hispana NY

Hoy ha sido un gran día...un pequeño reconocimiento del esfuerzo y la dedicación que le pongo día a día a mi pasión; las letras. Todo esto se lo debo a la poeta, escritora y columnista del periódico La Voz Hispana, Zenn Ramos, que con su gran profesionalidad y trayectoria ha sabido retractarme con maestría en una entrevista hermosa. Agradezco la confianza depositada en mi...



Y esto va para todos vosotros, ya sabéis que si no fueran por los que estáis leyéndome y apoyándome permanentemente nada de esto sería posible. Gracias!!!

martes, 15 de mayo de 2012

RELATO - Anécdotas de una Piara


Anécdotas de una Piara

Las primeras hojas ámbar caían danzando con la fresca brisa otoñal. Un otoño aletargado por un cambio climático inminente. Algunas urracas madrugadoras jugueteaban entre las ramas, bajaban a la gramilla y después de quitarse las pulgas a picotazos de las alas, volvían a remontar vuelo para posarse nuevamente en el árbol. Ella despertó con el trinar de las urracas y caminó por el parquet en calcetines para no hacer ruido. Desde la cocina podía escuchar el leve ronquido que producían sus hijos y más grave y acentuado, el de su marido.
La mesa estaba dispuesta para el desayuno, un tazón vacio para el café con leche y un vaso junto a dos naranjas sin exprimir. Una cestita de mimbre con el pan y el resto de menesteres en la nevera. Sin saberlo, se había anticipado al cortejo que le tenía preparado su marido con una nota que ponía feliz cumpleaños en letras grandes y coloreadas por los peques. Sonrió tiernamente al mirar la fotografía que acompañaba al sobre y la besó suavemente para no estropearla.
Exprimió las naranjas, bebió el zumo y se enfundo con una maya que le iba pegada al cuerpo, una sudadera con capucha y se calzó las zapatillas de correr.
Al salir, le llamó la atención la solitud absoluta de la calle. Aún faltaba para que clarease. A la distancia percibía alguna que otra figura borrosa. Las aceras estaban humedecidas por el rocío, al igual que los coches, de donde chorreaban gotas condensadas por los parabrisas. Caminó doscientos metros a paso rápido para que la musculación entrase en calor y después empezó con un trote lento y persistente hasta que cogió el ritmo. El trayecto atravesaba el ala sur de la pequeña ciudad. Bordeando la carretera principal, se llegaba a la montaña en donde nacía un parque natural protegido. Ella no entraba, seguía por la orilla de la ciudad. –Hasta que no coja estado no lo haré- decía a sus adentros mirando los senderos empinados que se perdían en la frondosa vegetación.
De regreso a casa, tomó el mismo camino por el que había ido, haciendo la salvedad por unos trescientos metros de atajo a campo traviesa. Llegó hasta unos carteles publicitarios que miraban hacia la carretera, rodeados por un denso matorral que a ella llegaba a tapar. Mientras lo atravesaba, escuchó pasos veloces que se le aproximaban vertiginosamente. Por la fuerte sacudida de los pastizales, daba la impresión que saldría un tractor de allí dentro. Cuando logró alcanzar la acera vio asomar una cabeza muy grande, peluda, con dos colmillos que le salían de la boca. El animal le miraba extrañado mientras emitía un sonido horrible al tiempo que masticaba bellotas. Detrás del ejemplar macho, salió toda la familia para constatar la causa del repentino detenimiento del jefe de la piara. La mujer, estupefacta, permanecía inmóvil hasta que su presencia se hizo conocida y la piara decidió continuar su camino.

Al llegar a casa, su familia se encontraba levantada, esperándole para darle las felicitaciones por su día. Sus dos hijos corrieron a besarla y desearle feliz cumpleaños seguido por su marido que le tendió una flor.
Pero ella permanecía con la mente puesta en los animales. Bebió agua, al sentir la boca pastosa y le relató lo ocurrido. Los niños rieron contagiados de la risa del padre.
-¡Jabalíes!, ¿y comiendo bellotas al costado de la carretera?- dijo el marido burlonamente, después mirando a los niños prosiguió- habrán sido perros, cariño…
-Me tomas por tonta. Crees que no puedo distinguir un jabalí de un perro.
-No te enfades cariño, sabes que bromeamos, ¿verdad chicos?– los niños asintieron aún riendo con el padre. Pero al día siguiente, le tocó a él llevar los hijos al cole, pasando justamente por donde su mujer dijo que avistó los jabalíes y tuvo la mala suerte de estrellarse contra uno de ellos cuando salía disparado de los altos pastizales.
-Desde aquel día, los jabalíes forman parte de nuestros anécdotas… 

sábado, 5 de mayo de 2012

MICRORRELATO - Caída Libre


Caída Libre

El cielo de un límpido azul dejaba ver la magnificencia de la vida a mis pies. Los animales como puntos negros miraban curiosos mi descenso. Extendí mis brazos buscando la cohesión con el aire, planeando como un ave. Después la gran carpa se abrió pegándome un sacudón que hizo crujir mis huesos. Los animales crecían a la vista al igual que mis emociones. Mis más íntimos temores surgieron al descubrir que el aterrizaje determinado sería otro. Un felino de gran envergadura se relamía los bigotes mirando mis carnes bajar. Hasta parecía que afilaba sus garras contra las piedras. La sombra se hizo más pequeña hasta desaparecer al tocar tierra. El felino saltó hacia mí deteniéndose en seco con la alambrada del parque natural.

miércoles, 18 de abril de 2012

Detrás de una Sombra Conocida - 2da Edición


Queridos lectores, ya está a la venta la segunda edición de mi novela "Detrás de una Sombra Conocida" Picando en la imagen (margen Izquierdo) podrán acceder a la página de la editorial donde podrán comprar el libro en formato papel o si lo prefieren en e-book. También podrán leer algunas páginas del libro, la sinopsis entre otras cosas.
Espero que os gusta esta edición mejorada y que podáis disfrutar de su lectura.

martes, 6 de marzo de 2012

RELATO - Llévame Contigo

Llévame Contigo

Cuando empecé a sentir, recuerdo que un hombre de manos ásperas me puso en una habitación con los demás. Estábamos todos allí con temor, llenos de incertidumbre por un futuro del que no sabíamos nada. Todos con un mismo fin, esperando ser acogidos por alguna familia que nos cuidara y nos tratara dignamente. Pasó el tiempo y me hice más fuerte o por lo menos yo me sentía de mejor ánimo. A lo mejor empezaba a acostumbrarme a estar encerrado, sin que ocurriera nada. Aunque a veces venían y se llevaban algunos de mis compañeros. Nunca más los volvíamos a ver. Un buen día, una pareja muy joven con un niño pequeño vinieron a verme. Me miraron por todos los lados, me cogieron en brazos y supe que me iría con ellos. Estaba feliz, por fin una familia. Conocí la luz del sol. Ahora sentía lo que era balancearse dentro de un coche y hasta podía percibir el tacto del niño cuando me acariciaba sonriente. Nos hicimos muy amigos, siempre estábamos juntos, pero reconozco que a veces era un poco bruto y me golpeaba. Estoy seguro que no lo hizo intencionalmente, pero un día me empujó por las escaleras. Desde aquél día algo cambió en él, sus ojitos ya no me sonreían como antes y prefería ir a jugar con sus juguetes nuevos en vez de estar conmigo.
Cuando pensaba que mi vida se derrumbaba, que mis días de felicidad llegaban a su fin, una pequeña luz de amistad volvía a deslumbrar en Pedro, el único amigo que había tenido en lo que llevaba de vida.
Fue cuando llamaron por teléfono a Pedro, para que fuera a jugar al fútbol. Increíblemente me llevó con él junto a dos amigos que Juan, mi padre adoptivo, se ofreció a llevar. Si hasta parecía alardear con ellos de que estuviese con él y claro, yo orgulloso de que así fuera. Llegamos al campo y sus demás compañeros de equipo corrieron a saludarme. Empezamos a jugar. Un partido muy duro. Recibía patadas de todos los niños, algunos puntapies me hicieron ver las estrellas. Pero lo más duro fue cuando el portero me pegó un guantazo con toda la mano abierta y fui a parar a un costado donde una planta de espinas detuvo mi avance. Estaba muy mal, no sentía nada, los niños, horrorizados, me rodearon e intentaron reanimarme, mientras otros me quitaban las espinas. Recuerdo que en un momento dado perdí el conocimiento.
Desperté nuevamente con el hombre de manos ásperas sacándome las entrañas, curándome las herías, suturándome y finalmente echándome el aire que precisaba para botar.